Ofelia Gómez - Una pionera en el movimiento femenino en Colombia

Desde muy pequeña he tenido una rebeldía y un deseo de emancipación. Todo inició con la educación religiosa tan severa que recibí en Manizales, Colombia, algo que me frenó permanentemente y que no me dejaba avanzar o sentirme como una mujer libre. Ahora que lo veo en retrospectiva, eran muchas las formas de represión y las barreras que imponía la religión.
Cuando salí del colegio tuve un trabajo de alfabetizadora en la cárcel de mujeres en Manizales y aproveché a echarles historias de porqué debían sentirse mujeres fuertes. Sin embargo, me casé muy joven y me tocó ir a vivir a Holanda. Encontré que este era un país de pensamiento liberal y en el que se daban muchas oportunidades. Empecé a ver cómo las personas de mi edad no estaban casadas y estaban estudiando. Esto me despertó. Me di cuenta de que la cultura donde me había criado, si bien me había dado valores, también me reprimió muchos derechos.
"Me di cuenta de que la cultura donde me había criado, si bien me había dado valores, también me reprimió muchos derechos."
Me dediqué a explorar el arte, los idiomas y a medida que el tiempo pasaba, me fui formando. En Tokio, estudié humanidades. Volví a Holanda, donde me gradué de Estudios del Desarrollo Económico y Social en La Haya. Toda mi educación me fue dando un bagaje muy grande para entender la sociedad donde vivíamos, especialmente porque Holanda era un sitio muy internacional donde se reunían muchas culturas y muchos pensamientos.

Mas adelante en mi vida, entre 1966 y 1970, el movimiento feminista tomo mucha fuerza y encontré en este muchas respuestas. Durante mis 18 años en el extranjero, seguí en contacto con muchas mujeres, participé en manifestaciones y seguí estudiando. Cuando volví a Manizales, tuve un grupo de amigas a las que les hablaba del movimiento feminista.
Con ellas, formamos el Movimiento de Mujeres de Manizales, celebramos el primer 8 de marzo en 1980 y vinimos a Bogotá al primer Encuentro Feminsita Latinoamericano del Caribe en 1981, donde proclamamos el 25 de noviembre como el Día de la NO Violencia Contra las Mujeres, algo que era extremadamente nuevo. En ese entonces, hablar de estos temas estaba casi prohibido. En la radio decían cosas como: “¿cómo así que un día de la no violencia contra las mujeres?” En esa época todavía era muy común oír a los hombres y a las mujeres decir cosas como: “a las mujeres les gusta que les pegue.” Estas preguntas y comentarios afirmaban lo importante que era seguir luchando por el movimiento femenino.

Confrontar todo fue muy difícil y definitivamente, la perseverancia fue uno de los hábitos que más me ayudó a llegar a mi meta. Durante mi proceso, sentí la necesidad de superar las barreras, levantar la autoestima de las mujeres y ayudarlas a explorar su identidad, todo para crear sororidad e impulsar nuestros derechos. Por eso, entré a trabajar en planeación nacional, donde dirigí el programa de la Mujer Campesina. Logré hacer mucha labor visitando campesinas en todo el país con el fin de hacerles talleres para independizarse y reconocer su derecho a una vida libre. Desarrollé una metodología muy interesante, en la cual no nombraba la palabra “feminismo”, ya que en esos tiempos esta palabra se consideraba un tabú. Contaba la historia de la abuela, la madre y la hija. Entre cada una, contaba cómo era la cadena, qué había cambiado y qué había pasado a medida que cada generación pasaba. Todo terminaba expresando cómo cada vez, la situación de la mujer más joven mejoraba.

A raíz de mis experiencias, llegué a publicar múltiples investigaciones. Me tocó investigar sobre las organizaciones de mujeres campesinas en países andinos como Colombia, Perú, Ecuador y Bolivia. Además, toda la información que recolecté y adquirí a través de los años me hizo dar cuenta que un problema central de nuestra cultura es que nos han dividido entre sí a las mujeres, nos han vuelto rivales. Siempre se dicen cosas como “quién es fea, quién es esto o aquello, quién me robó el novio…” Nunca hubo solidaridad entre mujeres. Alguien debía empezar a romper con esta absurda normalidad, y lo empecé a hacer por medio de talleres que dicté junto a algunas organizaciones.
Fui muy afortunada de tener la oportunidad de viajar, pues fue esto lo que me ayudó a poder tener esa visión antropológica de las diferentes culturas, de lo relativo que era todo. Me di cuenta de que no había verdades absolutas en ninguna cultura. Di conferencias a lo largo de mi vida, fui consultora de organismos de Naciones Unidas como UNICEF o la FAO y conseguí un máster en estrategias comparativas del desarrollo. Al finalizar, me dediqué al yoga. Esa práctica me ayudó a desarrollar la vida espiritual que me hacía falta, un aspecto que no me daba el feminismo. El yoga me afianzó mi vida espiritual y por eso, tengo el privilegio de sentirme feliz y satisfecha con mi vida. Sin embargo, aun siento tristeza al ver los horrores en mi país, los asesinatos de las personas jóvenes y tanta injusticia social. Aún falta mucho por hacer...
"Me di cuenta de que no había verdades absolutas en ninguna cultura."
Finalmente, me llegue a dar cuenta de que cuando uno tiene más conocimientos, más se le abre a uno el mundo. También aprendí durante mi vida que no importa en qué circunstancias te encuentres, siempre debes pensar en ti misma y en tu derecho para avanzar en tu vida. Por eso, avanza en tus conocimientos, en tus artes y en lo que crees que te llena. Desarrolla tus mejores aptitudes, tus talentos. Haz todo lo que vayas sintiendo, todo lo que te gusta hacer, lo que te hace sentir feliz y satisfecha contigo misma. No hay una receta fija para nadie, porque las circunstancias humanas son muy diversas. Se perseverante, encuentra la paz interior, se feliz con tus hallazgos y decide no pensar en las cosas feas del pasado.
"Cuando uno tiene más conocimientos, más se le abre a uno el mundo."
Escrito por: Laura Mejia
Editado por: Andrea Chaves